miércoles, diciembre 07, 2005

"Lo nuevo hoy no se ve, no se percibe", escribe mi amigo C. en una suerte de nota editorial. Se refiere a la situación política de este país y a los disfraces de novedad que recurrentemente a lo largo de la historia suele adoptar "lo viejo" cuando no encuentra otra salida, sin reparar en que si el disfraz es nuevo eso implica que algo al menos hay de nuevo, y aunque fuera para denunciar su condición ocultatoria habría que ver bien de qué se trata y qué aporta, aunque más no sea como síntoma: ¿qué está pasando para que lo viejo deba adoptar ese aspecto? ¿No determina en algo esa vestidura a quien se la pone? ¿No implica algún tipo de compromiso, algún tipo de definición concreta, quiera o no? ¿No lo pone en tensión con fuerzas con las que de otra manera no entraría en tensión? Me refiero a esas fuerzas que no aceptan que algo "nuevo" aparezca ni siquiera como disfraz, y cuando digo "algo nuevo" no pienso realmente en lo nuevo sino en lo que al aparecer insinúa algún peligro para los intereses de los que nos dominan, así sea formalmente. ¿Por qué será que se lanzan con títulos catástrofe a proferir admonitorias señales de alarma? Acaso porque sospechan que, con sólo mostrarse como fachada, eso que rompe el consenso abre una brecha por donde se puede filtrar lo inesperado. ¿No tienen un poco de razón? ¿No es un bien valioso para el poder real la subsistencia de un consenso que impresione como indudable? C. me diría tal vez que lo hacen porque saben que a través de los aprietes pueden asegurar que la fachada quede nada más que en fachada, y es cierto, pero si en la fachada no latiera el rumbo hacia otra cosa no lo harían.
C. es un honesto militante de izquierda, un tipo realmente querible, generoso, que en vez de andar bajando línea hace cosas muy concretas, y lo que hace lo hace sin fijarse si el que lo acompaña comparte sus ideas o no, o si el que se beneficia con lo que hace tiene pegado en la frente tal signo ideológico o tal otro. Pero su sincera indignación ante los dobles discursos y el dolor que le produce ver todo lo que sigue muy mal lo llevan a refugiarse en un cielo abstracto de ideas y principios, que si bien le permite detectar no pocas engañapichangas del poder, también le impide ver el árbol de tanto tener la vista fija en el bosque. Eso que esta ahí singular y concreto, el árbol, con la concreta rugosidad de su tronco, la diferencia con otros árboles, el ruido del viento en las ramas o la amenaza de que se le venga a uno encima: verlo. No necesariamente elegir no verlo implica estrellarse contra él pero tan triste como estrellarse podría ser pasar de largo sin advertir sus particularidades, creer que bastaba con saber que está en el bosque, general e indiferenciado, sin el cual cada árbol no es del todo lo que es pero que no existe si no es como conjunto o sistema de árboles singulares, salvo en la mente del que se queda recitando la palabra "bosque".
Y entonces C vuelve a lamentar que no se haya cumplido el "que se vayan todos", como si el "que se vayan todos" hubiera sido otra cosa que el gruñido de resentimiento rabioso de una mediocresía defraudada por aquellos mismos a los que les habían tolerado cualquier cosa con tal de poder viajar a Miami y pedir "deme dos". Como si lo que reclamaba el "que se vayan todos" no fuera en realidad "que venga una mano fuerte a poner orden y vengarme" o, más aun, "que al país lo administren finalmente los que realmente lo tienen que administrar, los que saben, no los políticos sino los empresarios". No fue eso, ya sé, lo que en el "que se vayan todos" leyó la mayor parte de la izquierda, pero raras veces la mayor parte de la izquierda fue capaz de leer otra cosa que lo que quiso leer.
Creo que es muy cierto que no percibís nada nuevo, querido C. No lo percibís porque no podés, y no podés porque en cierto modo no querés, porque lo que podría haber de nuevo no lo vas a poder ver mientras no aparezca a la vista lo que esperabas previamente que aparezca. En otras palabras, el que está atado a lo viejo sos vos, porque el esquema mental desde el que mirás es tan viejo como los intereses establecidos que buscan vestiduras nuevas para perpetuarse, o más. Y es viejo no por los años que pueda tener sino por la incapacidad para estar en el presente que genera, la imposibilidad de mirar algo sin suponer que ya se sabe qué y cómo es. No vas a saber qué hay de nuevo si no mirás lo que hay, lo que hay realmente y tal como es, si no te permitís sorprenderte o extrañarte. ¿Y que verías entonces? No sé, miralo vos y decime, pero sí puedo apostar a que lo que vas a ver es confuso, contradictorio y, sobre todo, insuficiente, muy insuficiente, insoportablemente insuficiente, pero es mejor verlo que decir que no está, que todo sigue como antes. Y en esto, sí, no me bastan tu honestidad y tus buenas intenciones, o me bastan para entenderte y quererte a vos, pero no, de ningún modo, a la visión que ponen en pie tus palabras: por sus efectos concretos e inevitables, la negación a ver lo realmente nuevo y la facilidad o el goce autosuficiente de identificarlo con lo viejo son siempre suicidas, o, peor todavía, criminales. Por supuesto que no se trata sólo de ver, ni siquiera se trata principalmente de ver, sino de hacer, ya sabemos. Pero proponer una visión en vez de otra es también hacer, en tanto incide en los modos en que, lo que se hace, se hace.

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